(10-06-2012).
Mis queridos familiares, amistades y colegas:
Tengo el infinito placer de dirigirme a Uds. para contarles que contra los pronósticos de los médicos salí bien librado de cuatro operaciones que se me practicaron en un mes diez días incluida la más delicada, la del cáncer en el colon. Esta encrucijada que me tocó vivir en tan pocas semanas ha sido un calvario odiseico. La batalla contra la muerte fue ganada esta vez y nuevamente “Caronte no vino a su destino. No hubo mar, lago ni laguna que atravesar”*. Por ello me congratulo y ahora me dispongo a agradecer en lo abstracto a las energías superiores que no me abandonaron en estos trances quirúrgicos y en lo concreto a todas las personas constituidas en distintas redes sociales que unificaron sus energías haciendo oración por mi persona. A mi esposa Ruth y a nuestros hijos Anaís y Carlos Ariel, a mis familiares en Guatemala por parte de mi padre, a mis familiares en Los Ángeles, EEUU y en Ciudad Arce , El Salvador, por parte de mi madre, a mi hermano José Luis (Pepe) quien casualmente estaba en esos días en Jerusalén por razones de trabajo y oró por mí y todos nosotros en el muro de los lamentos de aquella ciudad, a mi hermana Silvia Maritza quien mantiene una cadena de oración en San Cristóbal Las Casas, Chiapas, México, a mis colegas antropólogos de la Escuela de historia de la USAC, a mis amigos escritores del Centro PEN Guatemala y de la Comunidad de Escritores de Guatemala, a mis amigos de Ontinyent en Valencia, España, a mis amigos antropólogos de México, el Perú y el Brasil que asistimos al I Congreso Internacional de Embajadas de Moros y Cristianos en Ontinyent, España en julio del 2010, a mis compañeros de la cofradía del Baile de Toritos y del de Moros y Cristianos de la aldea Lo de Bran, Mixco, Guatemala, a mis amigos de la Estudiantina Monteflor. Todos los mencionados estuvieron pendientes de mi salud y organizaron y realizaron cadenas de oración al respecto. Por favor imagínense lo agradecido que me siento con todos Uds. por estas muestras de amistad y de cariño que me prodigaron deseando y pidiendo que todo me saliera bien. Todo eso no se puede pagar con los bienes terrenales que conocemos. Me queda sólo reconocerlo humildemente y comprometerme a fortalecer mi amistad y mi solidaridad sinceras para con todos. Las mismas fuerzas superiores convocadas los habrán de bendecir en sus vidas en esta y su siguiente generación.
En mis días de convalecencia en el hospital encontré el tiempo necesario para escribir a mano un cuento que me venía dando vueltas desde hace meses. Como una muestra de gratitud se los adjunto en su calidad de inédito. Autorizo su publicación a quienes quieran hacerlo con la condición que me avisen por qué medio lo harán. Como verán está dedicado a mis amigos de Ontinyent quienes han estado pendientes de mi salud y hasta me mandaron fotos del motivo principal de esta historia.
Bendiciones y como siempre
Un abrazo fraternal y solidario
Carlos René García Escobar
PONT VELL
Carlos René García Escobar
Dedicado a
José Luis Mansanet Ribes
José Antonio Sirvent Mullor*
Juan Antonio Alcaraz
Con quienes he compartido a lo largo
de veinte años el conocimiento científico
de las Fiestas y las Danzas de Moros y
Cristianos tanto en España como en América.
De la loma que hace sombra al río allá abajo viene bajando ligeramente una joven mujer de cabellos largos y ondulados rodeando con su brazo izquierdo una ánfora cuya base se asienta en su cadera que equilibra sus movimientos con el balanceo de su brazo derecho. Su vestido va de sus hombros a las rodillas y también se mueve ligeramente dados sus pasos ansiosos por llegar allá abajo donde se extiende de una orilla a otra del río el famoso pont vell, construido en las viejas épocas iniciales del siglo XVI, diseñado para bajar a recoger agua y, en las trillas de sus contrafuertes, los descansos triangulares de sus muros, conversar socialmente y luego, como lo hacen todos los puentes, comunicar a los vecinos de las aldeas cercanas soportando el peso de los carruajes halados por animales de carga y el de los cotidianos transeúntes.
Las aldeas y su puente están inmersas bajo el dominio de habitantes musulmanes de origen que, a la postre, luego de más de quinientos años de invasión conquistadora han generado cierto mestizaje con los habitantes originarios de la región. Han convivido a través del tiempo conservando diferencias culturales, políticas y religiosas, a pesar de la reciente victoria reivindicadora de los Reyes católicos sobre el poder político árabe. De ahí que los aldeanos conviven entre todos sustentando tradiciones y costumbres contradictorias que se desenvuelven entre mutuos respetos pero, también, en el fragor de los intereses personales individuales y familiares.
La joven mujer ha llegado al río y luego busca debajo del puente. Allí está un hombre joven, broncíneo, barbado, semidesnudo, esperándola. Ella toma agua para su ánfora fingiendo no verlo y vigilando los alrededores. Él se le acerca y le habla. Entonces se van hacia lo más oscuro. El ruido del agua no permite escuchar los murmullos de voces que se suscitan pero que se notan agitadas y ansiosas. De repente salen ambos del agua y se dirigen al puente donde se sientan en uno de sus descansos para conversar y esperar algo o a alguien.
Es el caluroso medio día. Los muros de piedra que rodean las orillas del río despiden el calor pero el paso del agua y sus pequeñas cataratas que se forman bajo el puente provoca sentir y respirar aire fresco. Las nubes ondean en un cielo abierto y azul. Es el cielo de Ontinyent, región tierra adentro de Valencia.
Nadie ha llegado a esa cita si se esperaba a alguien, pero en cierto momento se oyen voces bajo del puente y la pareja baja presurosa a contactarse con los misteriosos visitantes. El ánfora queda olvidada en el descanso.
Efectivamente, un grupo de hombres morenos los recibe con movimientos de urgencia y todos juntos caminan siguiendo el curso del río, o sea, río abajo, hasta donde se encuentra una canoa a la que suben presurosos a la muchacha y todos adentro emprenden una tortuosa navegación que los llevará al mar, el Mediterráneo, donde habrá una barcaza que los conducirá a lejanos destinos.
El ánfora, todavía con agua, queda en pont vell como mudo testigo de una fuga de amor, o, del furtivo rapto de una doncella.
Años después, en tierras muy lejanas llamadas las Indias una familia de apellido Belloponte, sentaba sus reales e iniciaba una nueva relación social con sus habitantes. Se trataba de un territorio de naturaleza tropical desconocida y novedosa para ellos, llamado también el Nuevo Mundo.
Comenzaban a disfrutarla en medio de nuevos pero ya experimentados conflictos culturales con los habitantes encontrados en cuanto a viejas tradiciones y costumbres que se entremezclaban, produciendo un mestizaje originario que predominaría en estos descubiertos territorios allende los mares del ahora Viejo Mundo.
Los Belloponte abandonaron con el tiempo su antiguo pasado que originó su apellido, no así entre muchas cosas el ánfora, que se convertiría nuevamente en las ánforas mayólicas producidas en las grandes ciudades coloniales de la Indias Occidentales del Trópico americano.
2/6/2012
*Por nuestro primer encuentro personal durante el I Congreso Internacional de Embajadas de Moros y Cristianos en Ontinyent, Valencia, julio del 2010 y por su leyenda Miriam, en Escrito en Elda.
Agradezco a los fotógrafos Valen Bataller, Rafa Penadeés y Rafa Forneés las fotografías de Pont Vell enviadas a mi persona por intermedio de Juan Antonio Alcaraz Argente.