jueves, 25 de enero de 2007

PERIPLO EN BERLÍN

Carlos René García Escobar

En estos avatares de la formación inicial del Centro PEN Guatemala que hemos logrado entre cierto número de amigos escritores, me encontré un día de finales de febrero con la convocatoria del PEN Internacional, al que pertenecemos por derecho propio como fundadores iniciales y por pago de nuestra primera cuota, en la que se invitaba a los centros PEN del mundo adscritos, 142 si no estoy mal, a participar en la 72º. Reunión Anual del PEN Internacional a realizarse en Berlín, Alemania. En ella se decía que el comité ejecutivo del PEN Internacional en Londres, ayudaría económicamente a aquellos Centros PEN que nunca habían recibido tal ayuda y a los nuevos, para llevarlos con gastos pagados según sus propias tarifas a participar de dicha reunión mundial. Había que llenar un formulario y presentar un informe de actividades realizadas. En ciertos momentos consulté informalmente en uno de los almuerzos a los que asistimos voluntariamente un número aproximado de diez afiliados anunciando la llegada de tal convocatoria. Recibí asentimientos en el sentido de que prácticamente a mí me tocaba ir si quería hacerlo por aquello de haber iniciado la tarea de fundar nuestra filial del PEN Internacional.

Pensando en ello, al mismo tiempo llevaba a cabo además, la inquietud general de organizar un congreso o encuentro nacional de escritores. Precisamente, afrontaba la imposibilidad de convocar a una asamblea general urgente ya que en esos momentos se había perdido la oportunidad de continuar utilizando la sede de la Organización Naleb por razones desconocidas por todos y el restaurante donde almorzábamos desaparecía para trasladarse a otro lugar. Me encontraba entonces personalmente comprometido con el Procurador de Los Derechos Humanos en la organización del VII Séptimo Congreso Nacional de Escritores en la que habíamos involucrado a la Universidad de San Carlos y al Ministerio de Cultura y Deportes así como también, organizábamos por la parte guatemalteca desde el mes de enero, una maratón de lectura de cuentos con motivo del VI Festival Internacional del Cuento Brevísimo convocado por el Centro Toluqueño de Escritores desde la ciudad de Toluca, México, que vendría después del Congreso. Acciones personales que yo había tomado, como digo, siguiendo la inquietud general por actividades de ese calibre. El congreso respondía a esa inquietud porque por instancias e intereses afines lo habíamos titulado “Los Derechos Humanos, Los Escritores y La Comunicación” dedicándoselo al poeta y periodista Manuel José Arce en este año de conmemoración de su fallecimiento en Francia. Sin embargo, por las razones dichas arriba, prácticamente me encontraba desempeñándome sólo, en nombre del Centro PEN Guatemala, sin saber que por lo menos hubiera hecho uso del teléfono y de los correos para consultar si debía hacerlo o no, o para pedir ayuda. En lo de la maratón sí había respuesta e interés. Sólo tenía en mente que la inquietud del congreso se venía gestando y era conocida por la mayoría de los afiliados desde el mes de agosto del año 2005 y a esa inquietud yo estaba respondiendo activamente. En fin, en eso pensaba cuando me decidí a llenar el formulario con mis datos y enviarlo a Londres acompañado del informe de actividades del año 2005 leído en la asamblea general del Centro PEN Guatemala el diez de diciembre del mismo año, con el objeto de continuar dándole al Centro PEN Guatemala una posición más amplia en este caso, internacional.

Para mi agradable sorpresa, Gloria Guardia, la escritora colombiana-panameña, quien nos había presentado en la asamblea mundial del PEN internacional de septiembre 2004 en Tromso, Noruega, aprobó la asistencia del Centro PEN Guatemala y ofreció enviar a Londres a nombre del Fondo Iberoamericano del PEN Internacional, una ayuda de $500 para que pudiera asistir en mi calidad de presidente provisional y obviamente en representación del Centro PEN Guatemala. Entonces comuniqué la noticia a todos por correo electrónico en una convocatoria que les hacía para que participáramos la mayoría o los que pudiéramos en el VII congreso Nacional de Escritores el cual ya estaba a la puertas de su realización, puesto que nuestro Centro PEN era de las instituciones claves en la organización del congreso.

Fue cuando aparecieron las inconformidades. Se adujo que me estaba tomando atribuciones no consensuadas y que estaba utilizando la organización para conseguir viajes al exterior. Me parece que tales razones basadas en sospechas infundadas no tendrían causa justificada si me hubieran preguntado qué pasaba y yo hubiera tenido la oportunidad de ofrecer aclaraciones pertinentes. Por eso creo que se arrebataron en el mal entendido. En consecuencia dos afiliados renunciaron. Uno por características individuales de personalidad y el otro en el mismo tenor pero haciéndolo público a nivel nacional e internacional.

El congreso nacional se realizó entre el 27 y el 31 de marzo. Tuvo poca asistencia de escritores afiliados, entre los que participaron dos de los inconformes, pero muy buena de escritores no afiliados y de profesores de literatura. Se presentaron más de cincuenta ponencias, se hicieron presentaciones de libros y entrega de libros nuevos, hubo recitales de poesía, se inauguró en premier un video biográfico sobre la escritora Luz Méndez de La Vega y se hizo un recital de la poesía de Manuel José Arce. La Memoria respectiva está por publicarse si no este año a principios del otro. La maratón del cuento vino después y en ella alternamos una lectura con seis escritores toluqueños que nos visitaron para tal ocasión.

Enseguida se convocó a una Asamblea General en la cual se hicieron las aclaraciones de todo lo actuado y se entregó un informe de actividades comprometiéndome a ya no actuar por mí mismo sin consultarlo con la general en los asuntos relacionados con el Centro PEN Guatemala, además me tocó explicar las circunstancias de la invitación al congreso en Berlín y ahora sí, en consenso explícito, tuve la aprobación general para asistir al mismo en las condiciones prescritas, comprometiéndome también a informar a mi regreso de los logros que tuviera en beneficio del centro PEN Guatemala.

Llegados a este punto el escritor Hugo Cardona Castillo, afiliado al Centro PEN Guatemala, había conocido también de la convocatoria en días anteriores y se había ofrecido a asistir a nombre del PEN guatemalteco si no había quién lo hiciera ya que él estaría por esas fechas en Berlín, indicando que aprovechaba que tendría las ayudas económicas por parte de la Fac. de Agronomía a la que pertenece como docente y de la Universidad propiamente. Así que también él obtuvo el consenso general en dicha asamblea.

De modo que éramos dos afiliados los que representaríamos al centro PEN Guatemala en la 72º. Reunión Anual Mundial del PEN Internacional en Alemania.

Hicimos el viaje en vuelos diferentes. El vía Londres y yo Vía Madrid. Nos tocaba buscarnos y encontrarnos en el mismo hotel ya en Berlín.

Por mi parte se trataba de mi primera experiencia de viaje a Europa. Mis expectativas eran sobretodo las sorpresas sospechadas e insospechadas. Mi estancia sería del 22 al 28 de mayo quince días antes del campeonato mundial de fútbol el que comenzaría el 9 de junio. Así pues que preparada mi maleta, mis pasajes, mis permisos, algunos papeles y algunos de mis libros partí en Iberia para un viaje de trece horas con escala en el aeropuerto de Barajas, España, instalado hacia la ventanilla derecha del avión adelante del ala. Esto me permitía poder observar el panorama exterior con mayor amplitud.

La primera escala fue en un aeropuerto ya conocido por mí, en San José, Costa Rica. Dos horas después nos elevamos hacia el Atlántico. Hacia el Oriente, es decir hacia donde sale el sol, o sea hacia el encuentro con la luz solar de aquel día, siguiendo el curso del tiempo de acuerdo con la rotación de la tierra sobre sí misma. No sentí sueño. Únicamente me dispuse a observar cuando saliera la luz del sol. No se veía el mar sino una inmensa sombra oscura sobre la que volábamos y las estrellas en fondo negro, hasta que el cielo, allá adelante, se empezó a iluminar con una luz naranja bajo la cual, adivinaba yo las costas del continente africano. Me alejaba entonces, paulatinamente, de mi continente americano. De la misma manera distinguía poco después la superficie del mar iluminada tangencialmente en tonos amarillos y naranjas, tal como veía las nubes y el lejano cielo hacia adelante como si fuera aurora boreal. Tomé algunas fotos del panorama para recordarlo después.

Cuando nos íbamos acercando a la península ibérica ya todo estaba claro. Ya podía distinguir las azulidades del mar y del cielo. Las estrellas habían desparecido. Tuve entonces un momento de debilidad y dormí algún tiempo porque cuando desperté volábamos entrando a tierra continental. Portugal, me dije. Enseguida todo el paisaje allá abajo me parecía semejante. Variedad de parches cuadrados y rectangulares en distintos tonos verdosos más porciones plateadas que eran lagos y lagunas y algunos poblados o aglomeraciones de casas.

Finalmente, el gran avión de Iberia aterrizó en el aeropuerto de Barajas, Madrid, España. Una inmensa mole moderna de varios niveles y de pasadizos, escaleras eléctricas y ascensores debidamente señalizados pero en los que de todas formas por un momento me perdí buscando mi destino de partida hacia la salida de mi vuelo a Berlín. Varias señoritas consultadas me indicaron el camino correcto. Mi ansiedad era que si me perdía más de una hora perdería el vuelo. Pero todo está allí calculado siempre que los pasajeros consulten. En el momento preciso nos elevamos hacia Berlín. Nuevamente me tocó del mismo lado y adelante del ala. De esta manera observando el paisaje allá abajo adiviné los pirineos en ese momento semi nevados. Después pude ver una serie de montañas que luego en la lejanía se volvían nevadas pensando en los Alpes suizos. Enseguida una serie de valles entre montañas, ciudades francesas y alemanas, grandes ríos serpenteantes, construcciones inadivinables, hasta que fuimos llegando a Berlín. Para mi fortuna, toda la atmósfera de ese vuelo estuvo casi totalmente despejada y por eso como quien dice pude conocer media Europa en dos horas. Nuevamente tomaba fotos desde el avión.

También el Aeropuerto de Berlín me fue fácil. Ya allí empecé a manejar mi comunicación en inglés, un idioma que aprendí medianamente para estos menesteres y que en Europa occidental se domina generalmente. El taxista, un iraní emigrado que comprendió inmediatamente mi situación de latinoamericano me llevó al hotel no sin antes darme gratis un paseo por el Berlín turístico e histórico que está entre el aeropuerto y la parte céntrica donde se ubicaba el hotel. El Hilton. Momento que aprovechamos ambos para identificarnos y contarnos breves situaciones políticas de nuestros países. El había estado ya en el Ecuador años antes. De ahí que balbuceaba palabras en español. 16 euros era lo normal para un viaje directo y eso me cobró. Ya en el hotel me registré, me instalé en la habitación que me tocó compartir con el escritor colombiano Eduardo García Aguilar, a quien conocí hasta el día siguiente. Llamé a Hugo Cardona, lo busqué en su habitación y luego empezamos una estancia muy cordial dispuestos a conocer lo más y mejor que pudiéramos de la experiencia de estar entre más de cuatrocientos escritores de todo el mundo ventilando los problemas que nos aquejan en general.

Lo primero que hicimos al día siguiente fue dirigirnos al restaurante. El bufette del desayuno contenía gran variedad de carnes suaves como jamones y pescados. Sin embargo la variedad respondía a lo que los alemanes pueden ofrecerle a personas de tan heterogéneas nacionalidades. En mi caso me di a la tarea de probar distintas carnes de pescado que lastimosamente no tenían letreritos con sus nombres pero que de todo modos me deleité con sus distintos sabores, acompañando mi conocido desayuno de huevos revueltos, pan, tomate fresco y en salsa, jugo de naranja y café de lo más exquisito. Me olvidé del mosh, banano y corn flakes de mi dieta diaria.

Al terminar el desayuno me di un paseo por las mesas y me encontré con Gloria Guardia con quien nos saludamos muy efusivamente y le expresé mis agradecimientos por su apoyo solidario al Centro PEN Guatemala. Le traté de explicar la situación suscitada meses antes por la que se dio la renuncia internacionalizada por un escritor pero ella me detuvo la explicación y me manifestó que no había hecho caso de nada de lo planteado por él ya que ella nos conocía a ambos y sabía que eso no representaba problema alguno pues lo cuestionado eran cosas sin importancia para ella, sabiendo que nosotros habíamos empezado una organización con el PEN que ya estaba respondiendo como tal. Nos comprometimos entonces a colaborar en el congreso y a reunirnos con los representantes de los otros Centros PEN latinoamericanos que se habían hecho presentes cuando nos convocaran.

Enseguida luego de asearnos y preparar nuestros haberes de trabajo nos fuimos juntos a presentarnos con las ejecutivas del PEN, con quienes habíamos mantenido correspondencia desde hacía muchos meses, prácticamente desde septiembre del 2004 en mi caso: Caroline Whitaker, Karen Efford y Jane Spender. En su oficina de trabajo se nos aparecieron las dos primeras, vestidas de negro, sonrientes ellas, y se dieron las presentaciones de rigor. Nos ofrecimos y prometimos hasta las imposibles atenciones, les dimos las gracias por habernos procurado nuestra estancia en el congreso y nos pusimos a sus respetables órdenes. A Jane Spender la conocimos ya en el transcurso del congreso.

Luego vinieron las respectivas inscripciones en las que nos proporcionaron nuestros maletines con la papelería del congreso folletos, lápices, lapiceros, etc. Además conocimos a las edecanes de oficina con quienes en algunos correos arreglamos lo de nuestros hospedajes en el hotel como Annya Haupt de quien Hugo se prendó al instante. En principio la mayoría de escritores me era desconocida pero ya antes había saludado a Gloria Guardia como dije y a María Elena Ruiz Cruz, presidenta del Centro PEN México.

La actividad siguiente era la conferencia de prensa en uno de los salones del hotel. Estuve allí observando el fenómeno. Presidía el Presidente del Centro PEN Alemán escritor Johano Strasser juntamente con el Presidente del Pen Internacional y presidente del Centro PEN Austria escritor Jiri Grusa, la Secretaria Internacional del Pen Internacional, presidenta del Centro PEN Norteamérica escritora Joanne Leedom-Ackerman y otras dos personalidades que no pude reconocer. Los discursos se dijeron en alemán, en austriaco y en inglés. Todavía no había en ese momento audífonos para oír a los traductores en otros idiomas. Lo único que creo haber podido entender fue la pregunta de si el centro PEN Alemán propiciaría una próxima reunión del PEN Internacional en Israel o en Palestina y para ser sincero no entendí la respuesta de Johano Strasser y tampoco estoy seguro si interpreté correctamente la pregunta.

Luego vino el momento del almuerzo y obviamente repetí el proceso ante tanta vianda vistosamente exquisita. ¿Qué comer? Sólo puedo decir que seleccioné lo que me era conocido, busque a mi compatriota de fórmula, buscamos una mesa y disfrutamos el almuerzo conociendo otros escritores, entre ellos un survietnamita que nos contó que había peleado en la guerra del Viet Nam, que había matado y encarcelado norvietnamitas, que también había estado preso por los norvietnamitas y que una organización internacional lo había rescatado y llevado a vivir a California. Que escribía sus memorias de la guerra del Viet Nam contándonos entre ellas algunas anécdotas, entre las que noté su sentimiento de supremacía sobre los norvietnamitas, lo cual no dejó de hacerme sentir un tanto molesto. Pero igual, el almuerzo transcurría a saltos entre nuestro inglés y el suyo. En otros almuerzos compartimos con escritores siberianos que llevaban un intérprete muy joven quien les informó que nosotros éramos guatemaltecos. También compartimos almuerzos con escritores tibetanos con quienes el inglés nos fue más favorable.

Desde el desayuno inicial había buscado la manera de quedar en el comedor frente a las ventanas porque enfrente del hotel teníamos nada menos que la catedral alemana, de arquitectura extremadamente hermosa, bombardeada durante la 2ª. guerra mundial y restaurada por los alemanes con un exagerado primor según supe después. Por la tarde vinieron las mesas de trabajo en particular de los comités de paz y del comité de escritores en prisión. Se ventilaba la azarosa situación de los escritores afganos acosados por el Estado ruso. Entonces aproveché para darme mi primera vuelta fuera del Hotel.

Tímidamente comencé a salir y a observar el entorno exterior. Nada de edificios altos y exagerados como en Nueva York. Me impresionó la Catedral alemana frente al hotel que se sitúa haciendo juego con la catedral francesa, al otro lado, y en medio de ambas el Teatro de Conciertos, todos en el estilo arquitectónico barroco alemán por supuesto. Los otros edificios no son mayores de diez pisos, sus puertas son anchas y altas en la mayoría de ellos. Comencé a caminar entre todos ellos por las calles un tanto solitarias por ese sector, el cual luego me enteré que era el histórico y mientras avanzaba a discreción, fui llegando a la parte más transitada y comercializada de Berlín, en donde ya se ven edificios más altos, de veinte pisos aproximadamente, calles anchísimas, hasta topar con la parte comercial y como quien dice viva de la ciudad. Un poco antes había encontrado una iglesia gótica que ahora funcionaba como museo en donde al ingresar pude observar gran cantidad de bustos colocados en su nave central. Imposible tomar fotos. En aquella parte comercial el tránsito es más tupido pero sin exagerar. Transitan buses urbanos de lujo y trenes de unos treinta metros de largo sobre rieles que están colocados en las vías asfálticas. Se observa la máxima expresión del orden y la limpieza. Punto. Llegué al lugar que estimo es el más comercial. Estábamos en una época en que los días se sienten largos por lo que a las 19.00 hrs., el día aun está muy claro. Como mi incursión era prospectiva decidí regresar ya que esa noche nos esperaba la fiesta de inauguración.

Cabalmente, un bus nos llevó al edificio municipal Rotes Rathaus en donde el Alcalde de Berlín nos ofreció el cóctel de bienvenida. Para ese momento ya no tenía problemas de comunicación porque ya nos habíamos identificado todos los hablantes de español latinoamericanos e intercambiábamos nuestras particulares impresiones degustando de los exquisitos vinos alemanes. De repente vi entrar al Premio Nóbel de Literatura alemán 1999, Günter Grass, con su esposa y amigos. No perdí la oportunidad y me le acerqué en un momento discreto para presentarme y conversar algo con él, en inglés por supuesto. Accedió amablemente y aceptó tomarse una fotografía conmigo. La amistad internacional abundaba en el ambiente. También estaba el escritor canadiense Emile Martel del centro PEN Québec, quien financiara con la embajada del Canadá en Guatemala mi participación en la 69º. Reunión del PEN Internacional en la ciudad de México en el 2003 en la que recibí de él, de Gloria Guardia, de María Elena Ruiz Cruz y de Cecilia Balcázar el encargo de propiciar la organización del Centro PEN Guatemala. Y todos estábamos allí disfrutando de la cordialidad general.

Al día siguiente martes, aparte de las sesiones entre los comités de escritores en el exilio, de las mujeres escritoras y de los comités de paz, el punto culminante era la ceremonia de apertura presidida por el Presidente Federal de Alemania Horst Kölher, el presidente del PEN Internacional Jiri Grusa y el Premio Nóbel de Literatura 1999 Günter Grass, quien estaría a cargo de la conferencia inaugural.

Para ese momento ya estábamos proveídos de nuestros audífonos para oír a los traductores en nuestros idiomas. La ceremonia fue impactante. Incalculable cantidad de escritores de todo el mundo, periodistas y reporteros locales e internacionales, visitantes, etc. El discurso de Grass fue aplaudido intensamente y después vino el almuerzo. Grass almorzó en una mesa con sus amigos. La mesa donde yo almorzaba era contigua a la de ellos. Escritor y pipa inseparables.

Por la tarde se reunía el comité por los Derechos Lingüísticos y había un paseo en barco por el río Spree y el canal que cruzan Berlín. Hugo Cardona se decidió por el paseo en el río pero yo me fui otra vez a caminar por la ciudad. Para entonces ya sabía que tenía que llegar a la avenida Unter Den Linden y recorrerla por completo. Lo hice desde la altura de la plaza de las catedrales hacia el Berlín Oriental, ahora más capitalizado que nunca, haciendo un recorrido fascinante por edificios barrocos y neoclásicos, la Biblioteca, la universidad Humboldt, su monumento blanco de libros sobrepuestos cada uno con el nombre de los insignes escritores alemanes de toda su historia, el último en su parte superior es el de Günter Grass, el museo de Historia, el edificio de ciencias, la catedral de Berlín, para llegar a la iglesia de Santa María y detrás de ella la torre del canal de televisión berlinés, ahora pintada su esfera superior como una pelota de fútbol gigantesca.

La iglesia de Santa María me pareció la iglesia más antigua que veía. De arquitectura gótica y luego mezclada con un posterior barroco, fue construida a finales del siglo XIII en el año1270 y terminada a principios del XIV como iglesia católica. Se volvió protestante a partir del año 1539 hasta la fecha. En su interior se guardan frescos y esculturas que provienen de los siglos XV, XVI, y XVIII, como el fresco de la Danza de la Muerte, (1485) de 22 m. de largo, descubierto en 1860 y actualmente en proceso de restauración. Cuando llegué al dintel estaba allí una viejecita harapienta pidiendo limosna enseñando una estampa toda sucia hablando un idioma desconocido. La dejé estar y dispuse comprarle la estampa cuando saliera pensando en obsequiársela a Ana María Rodas a mi regreso según un amistoso pacto entre nosotros. Cuando salí ya no estaba. Un alemán en raro inglés me dijo que probablemente la señora era de algún país del Medio Oriente y que estaba prohibido pedir limosna a la puerta de la iglesia. La busqué y ya no la hallé.

Continué mi camino hasta llegar a la Plaza Alejandro. Allí me parece está el centro comercial por excelencia de Berlín pues lo vi muy popular y nutrido de gente. Entré a curiosear a las tiendas y almacenes viendo precios y buscando qué souvenires traer de regreso. No hace falta decir que resulta onerosa la transacción comercial en Berlín tomando en cuenta que un euro equivale a doce quetzales y que los precios subían desde cinco euros en adelante. Para dar una idea, el valor de la camisola de la selección alemana de fútbol que le compré a mi hijo era de 20 euros por ejemplo. Encontré un lugar popular donde la cerveza a su menor precio me costaba dos euros con veinticinco centavos, porque en otros subía a tres euros, en el hotel costaba cuatro. Y era la misma cerveza en todos lados. La plaza Alejandro tiene un supermercado de varios niveles en donde en el primero está el mercado de productos orgánicos al natural mostrados en impecable limpieza, más los enlatados y en los niveles superiores, a los que se asciende y desciende únicamente en escaleras eléctricas, está una increíble variedad de productos.

Oscurecía cuando dispuse regresar al hotel.

Al día siguiente comenzaba la asamblea de delegados del congreso. Todo estaba métricamente ordenado. Con los audífonos podíamos escuchar en nuestro idioma todo lo que se dijera en alemán, francés e inglés. Esos tres y el español son ahora los idiomas oficiales del PEN Internacional. Iniciada la asamblea no se permitían cámaras de ningún tipo. Así que todavía pude tomar fotos media hora antes de iniciarla y otras cuando se terminaba. Luego de una larga y apretada agenda de asuntos a tratar, al finalizar la asamblea tenía que ir al salón de Internet y esperar mi turno para enviarle mensajes a mi familia y después almorzar.

Por la tarde, continuaban las sesiones de los distintos comités, como el de los traductores, el de las mujeres escritoras y sesiones literarias. Esa vez participé en el que correspondía a los presidentes de los centros PEN visitantes. Teníamos que estar listos porque a las cinco de la tarde salíamos en buses para la Cancillería Federal en donde la Canciller Ángela Kelmer nos ofrecería una recepción.

Para ese momento mi mentalidad se había desmitificado completamente de mis antiguas creencias sobre la alemanidad. La calidad del tratamiento que percibía de los alemanes en el hotel y en la calle me eran agradables. Entonces me di cuenta de la dañina influencia que en mis años juveniles recibí del cine hollywoodense, creada por las viejas películas en B y N sobre la II guerra mundial que nos proyectaban con frecuencia en el Seminario donde estudié mis años de latín y bachillerato. También me percaté que, indudablemente, los alemanes transcurren por una etapa de su historia en la que es necesario demostrarle al mundo su real calor humano y, como me percaté después, de su necesidad de olvidar el tenebroso pasado sufrido en varias décadas del siglo XX. El discurso inauguratorio de Grass mostraba esos propósitos antibelico a la sombra de un esforzado y globalizado análisis del pasado alemán respecto de un mundo contemporáneo signado por varias guerras, entre ellas la invasión norteamericana a Irak, fuertemente criticada en su alocución. El discurso ofrecido por la canciller Merkel en saludo a los escritores transmitía precisamente mensajes de paz en un mundo convulso como el actual.

En efecto, para estar presentes en su recepción debíamos llevar nuestra invitación especial otorgada por la Cancillería a todos los delegados. Cuando llegamos, las guías del edificio nos ofrecieron un recorrido por el mismo indicando su arquitectura y su funcionamiento. Esta ha sido la primera vez que verdaderamente me he sentido como personaje de películas de ciencia ficción. La línea arquitectónica del edificio es realmente ultramoderna y futurista contrastando favorablemente con las viejas arquitecturas del Berlín histórico ya que su ubicación geográfica estaba distante de esos otros edificios. Sus muebles, sus espacios, sus escaleras, sus paredes, todo en un impecable blanco y sus guardias de seguridad, hombres y mujeres, vestidos de negro, adolecían de una rara y elegante seriedad. La Canciller nos recibió en el Lobby con un discurso sumamente solidario con los escritores del mundo acaparados ella y todos nosotros por reporteros y periodistas locales e internacionales. Luego del discurso me encontré con uno de los escritores invitados, Sergio Ramírez, con quien conversamos y precisamente nos preguntamos por la salud de Franz Galich de quien sabíamos afrontaba una grave enfermedad en ese momento. La Esposa de Sergio se comunicó en ese momento a Nicaragua y pregunto por su salud y momentos después nos anunciaba que había mejorado. A continuación los vinos y las viandas eran de lo mejor que se podía beber y comer en Alemania.

El día Jueves hubo otra asamblea general de delegados en la que se discutieron los asuntos de competencia de la organización interna del PEN Internacional. Se reeligieron algunas autoridades por votación ordenada y se discutieron algunos problemas relacionados con otros centros PEN del mundo. Después del almuerzo, nos fuimos con Hugo Cardona para el otro lado de la avenida Unter Der Linden, hacia la Puerta de Brandeburgo. Era algo que yo no me podía perder. Caminamos observando las tiendas y los monumentos. Cuando llegamos nos tomamos un montón de fotos desde varios ángulos. Al otro lado vimos el cementerio de los judíos, y también el monumento a los que murieron tratando de salvar el muro. Una línea en el asfalto de unos veinte centímetros de ancho elaborada con restos del muro indica por donde pasaba. Hacia un lado el Reichstag, un edificio enorme de arquitectura neoclásica. Como quien dice el antiguo Palacio Nacional del gobierno alemán. Ya en desuso para efectos de gobierno, restaurado después de incendios y bombardeos, convertido ahora en un museo que alberga en su techo una inmensa cúpula de vidrio, realizada con la ingeniería más avanzada (1997-2001) y desde la cual se puede visualizar todo el Berlín que la simple vista puede alcanzar en el horizonte. Hicimos una cola de más de cincuenta metros para poder entrar, ser registrados y luego por pasillos de seguridad y un ascensor llegar al domo y disfrutar de la vista de la ciudad desde todos los ángulos. La ciudadanía alemana llega a visitarlo para conocer esa maravilla ingenieril sin precedentes.

Por la noches las tertulias en el hotel se hacían en el restaurante. Allí pudimos platicar con amistades conocidas y nuevas. Una noche, Günter Grass comió y bebió con nosotros, escritores mexicanos, colombianos, guatemaltecos y hasta nos tomamos unas fotos con él. Otra noche pudimos conversar largamente con Jane Spender quien nos atendió muy amablemente y con quien establecimos acuerdos sobre la conducción del Centro PEN Guatemala, en el sentido de que a cambio de nuestro trabajo como promotores de la defensa de la libre expresión de los escritores debidamente comprobado y del cumplimiento con el pago de nuestras cuotas, el comité ejecutivo vería la posibilidad de apoyarnos en la búsqueda de ayudas económicas para nuestro sostenimiento. Según nuestro trabajo en estos aspectos, el PEN Internacional podrá asistirnos para participar en la 74ª. Reunión anual del PEN Internacional en Oaxaca, México, para el año 2008.

El viernes hubo la tercera asamblea general de delegados en la que entre otros asuntos discutidos y aprobados, también se aceptaron dos nuevos centros PEN, el de Uruguay presentado por Cecilia Balcázar, y el de Sudáfrica (muy discutido por los escritores africanos por cierto) presentado por un escritor sudafricano de tez blanca. Después del almuerzo recorrimos nuevamente la Unter der Linden hacia la Plaza Alejandro disfrutando de todos los edificios históricos que se ven por ella y tomando fotos. Esta vez sí compramos algunos souvenires de acuerdo con nuestro bolsillo y hasta nos tomamos una cerveza en un lugar popular que yo había descubierto con anterioridad. Era prácticamente para mí la última tarde que pasaría en la ciudad pues, saldría muy temprano por la mañana del sábado de regreso a mi país. Ya en el hotel, busqué a mis nuevas amigas de la organización ejecutiva del PEN Internacional para despedirme de ellas y de los conocidos que viera por allí. Con el escritor colombiano con quien compartimos la habitación, Eduardo García Aguilar, intercambiamos nuestros libros autografiados, yo tengo su novela Tequila Coxis y él tiene mi libro de cuentos El último Katun.

El viaje de regreso no tuvo contratiempos. Fue de nueve horas y nuevamente en el lado derecho del avión adelante del ala. Esta vez el avión pasó sobre la isla antiguamente llamada La Española, hoy albergando dos países Haití y Santo Domingo y después sobre Jamaica. Nuevamente tuve la suerte de tener un viaje despejado que me permitió verlas desde el avión, así como notar nuestro ingreso a aires guatemaltecos por Izabal y observar todo el recorrido de regreso del río Motagua, así como de ver completo el cuadrilátero del lago de Izabal. Estaba oscureciendo cuando el avión entró a la ciudad y aterrizó finalmente.

El abrazo con mi esposa y mis hijos culminó el periplo por Berlín.

Nueva Guatemala de La Asunción, Colonia La Florida. Octubre del 2006.






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